Sugerencias para una buena convivencia matrimonial
jueves, 11 septiembre 2008Me he decidido a escribir algunas reflexiones para matrimonios y parejas porque me lo han pedido algunos lectores amigos. Aunque soy Abogada de Familia, mi experiencia con respecto al matrimonio y a la familia no se limita sólo al aspecto jurídico, sino que también se extiende a la vivencia personal de estas realidades tan cotidianas de la vida diaria. Ningún ser humano, sin importar su raza, religión, nacionalidad o nivel socio-cultural, es ajeno a este tema, puesto que nada hay más antropológico y jurídico que el matrimonio y la familia. Todos podríamos hablar y teorizar mucho sobre el matrimonio y la familia, pero no todos podríamos vivirlos con plenitud, porque para eso hay que aprender y practicar continuamente.
Es curioso ver que invertimos muchos años, esfuerzo y dinero en educarnos y prepararnos sólidamente para actuar adecuadamente dentro de la sociedad o para ejercer una profesión o para practicar bien un deporte o un hobby; pero muy poco esfuerzo invertimos para educarnos en el amor, en el control de nuestras emociones y en el buen manejo de nuestras relaciones interpersonales y familiares. ¡Y son aspectos tan cruciales de nuestra vida e ingredientes tan esenciales de nuestra felicidad y de nuestro éxito personal!
Voy a empezar por el principio: una pareja, antes de casarse o de irse a vivir juntos y formar una familia, ha tenido una previa etapa de conocimiento personal. Lo normal es que haya comenzado con un primer encuentro, siga con un periodo de conocerse más a fondo (lo que comúnmente llamaríamos noviazgo) y luego decidan formalizar un matrimonio o una unión de hecho. Es decir, hay un proceso con diferentes etapas que mejor será no saltarlas ni quemarlas porque si no, probablemente, terminemos quemándonos como pareja. ¿Y cuánto tiempo es el adecuado en cada etapa para esa pareja que quiere comprometerse? Puede ser breve o puede ser largo, eso no importa, porque lo importante es que se conozcan bien los dos. Lo que sucede es que muchas veces las parejas no se conocen (aunque lleven un noviazgo de muchos años) porque son, en el fondo, “dos conocidos muy desconocidos”, no hablan entre sí, o hablan mucho pero sin comunicarse ni escucharse, no dialogan de aspectos personales importantes; se miran, pero no se observan a fondo para descubrirse defectos o virtudes, no planifican un futuro ni se cuentan sus expectativas ni qué es lo que cada uno desea y, sin embargo, se casan o conviven pretendiendo “embarcarse juntos” en un proyecto de vida común a largo plazo.
Se piensa mucho para elegir una carrera y una universidad, pero a veces poco se piensa para elegir una pareja. Y es que elegir o decidir implica mucha libertad y mucha responsabilidad, implica mucha madurez y reflexión. Y esto es lo que menos suele ejercerse para realizar lo importante. ¿Es que mi pareja debe ser perfecta? No. ¿Es que tenemos que ser muy parecidos? No. ¿Es que tenemos que pensar igual? No. Al contrario, las diferencias, las imperfecciones y las virtudes de cada uno son lo que nos complementa mutuamente como pareja. ¡Si fuésemos iguales qué aburido sería!
La pareja avanza cuando sabe equilibrar sus diferencias. Para la sana y correcta convivencia es provechoso saber quién es uno mismo, cómo reacciona, quién es el otro y qué reacciones cabe esperar de él; es decir, conocer el modo de ser propio y el de la pareja, conocer bien las diferencias personales y, también, las similitudes. Es verdad que uno nunca termina de conocerse bien a sí mismo y mucho menos a la pareja, porque precisamente conocerse es un proceso cuyo encanto está en la espontaneidad que implica, ya que nadie tiene su comportamiento “programado” como un ordenador, pero -por lo menos- hay que intentarlo, hay que ponerse en una actitud positiva de descubrirse a uno mismo y descubrir al otro con entusiasmo, con admiración y de manera tranquilizante. ¡En el fondo esto es el amor!
El proceso de conocerse mutuamente no se acaba, el proceso de amarse recíprocamente no termina. Cuando hay verdadero amor, éste no se acaba sino que se transforma y nos transforma. Una pareja que lleva algún tiempo de convivencia, sabe que su amor madura. “Las personas, como el buen vino, maduran y mejoran con el tiempo”. Por lo tanto, es importante la paciencia, el autocontrol que no nos desnaturaliza, sino que nos lleva al sosiego, a la paz y a la armonia.
Si no llegásemos a conocer ni a canalizar nuestros sentimientos y nuestras emociones quedaríamos a la merced de éstos, sometidos a su vaivén. En una relación de pareja es normal el enojo, el enfado, la crisis. Por esto mismo, hay que construir un lenguaje adecuado para expresar esos enfados y malentendidos adecuadamente, primando ante todo el respeto. Hay parejas que ante el enojo, el enfado o la crisis lo que menos hacen es comunicarse o dialogar “después” del enfado, del enojo o de la crisis. Así no se puede construir un lenguaje sincero ni respetuoso ni, muchos menos aún, cuando en el momento del enfado o de la crisis se recurre al insulto, a la descalificación o al improperio.
Y es que ese lenguaje, esa comunicación, ese diálogo no se refiere solo a las palabras, sino que también se refiere a los gestos. Existe el “lenguaje del cuerpo” que es el lenguaje de los gestos y de las actitudes que comunican y transmiten lo que somos, lo que pensamos y lo que sentimos. Las palabras, los gestos y las actitudes muestran nuestra educación y nuestra buena o mala formación como personas, muestran nuestro carácter y nuestra personalidad. Evidentemente, hay gestos y palabras altisonantes y groseros; los hay también finos y exquisitos; los hay respetuosos e irrespetuosos. A través de este lenguaje del cuerpo, de los gestos y de las palabras, es cuando más se expresa y demuestra la buena o la mala sintonía de una pareja, su conocimiento o desconocimiento mutuo, se ve si “encajan” como pareja, si se comprenden y si se respetan sus diferencias.
Es muy importante en la comunicación y en la complementariedad de la pareja el aspecto sexual; el ejercicio de la sexualidad tiene un lenguaje, unos signos y un significado que comunican y llevan a la plenitud, al respeto y al placer de los cónyuges. La sexualidad es una parte esencial de la comunidad de vida y amor conyugal y a este tema dedicaré un escrito que más adelante pulicaré en este mismo blog.
Decía que las confrontaciones, las crisis, necesariamente tienen que darse en una pareja y este es el momento “clave” para revisar su compromiso. Es el momento de descubrir si hay motivaciones e ilusiones comunes para buscar alternativas, para saber si hay un proyecto común de vida a largo plazo o simplemente es una relación sometida a la caducidad del “mientras tanto”. Amarse es conocerse y aceptarse mutua y recíprocamente. No se puede amar a quien no se conoce y no se puede aceptar a quien no se ama. La fórmula del consentimiento matrimonial que se expresa en la ceremonia nupcial con ese “sí, quiero” implica conocerse, aceptarse y amarse.
No hay normas generales ni hay fórmulas mágicas para la buena convivencia matrimonial, porque lo que para una pareja puede ser afortunado para otra puede resultar desafortunado y es normal que sea así, porque al igual que cada persona, cada matrimonio y cada pareja es única e irrepetible. Lo que sí es siempre efectivo en la convivencia es el diálogo y la comunicación. Pero ¡cuidado! dialogar no es sólo comunicar, hablar, sino es ante todo “escuchar”.
Me permito dar algunas sugerencias para evitar -en lo posible- las rupturas matrimoniales y familiares, siguiendo unas pequeñas pautas de comportamiento en la convivencia diaria: 1. Estar dispuestos a comprender, a ponernos en la piel del otro. 2. Prestar mucha atención a las pequeñas cosas, a los detalles. 3. Luchar por “no ser tan hipersensible” en la convivencia. 4. Procurar “evitar discusiones innecesarias”. 5. Tener “capacidad de reacción” tras momentos o días difíciles. 6. Cuidar el lenguaje verbal y no verbal, sabiendo que “cualquier conducta humana es comunicación”. Por eso, atender muy especialmente a tres ingredientes esenciales de la comunicación: respeto, comprensión y delicadeza. 7. Poner el máximo empeño para que no salga “la lista de agravios”. 8. Tener “el don de la oportunidad”. 9. Todo comportamiento necesita de un cierto aprendizaje. El amor de la pareja consiste “en una relación compleja en la que se intercambian recompensas presentes y futuras”. 10. Para lograr una correcta estabilidad de la pareja es necesario “adquirir habilidades para la comunicación”, sabiendo que “comunicarse” tiene mucho que ver con el dar, el darse y el entregarse. 11. Disculparse cuando uno se equivoca. 12. Buscar siempre alternativas. 13. Fijarse más en las virtudes del otro que en sus defectos, sólo así intentaremos ayudarle a que se de cuenta de sus defectos y los pueda corregir. 14. Es importante no basar nuestra vida emocional en las debilidades de nuestra pareja, sino en sus fortalezas.
Es un hecho real que la convivencia matrimonial y familiar nos puede mejorar como personas. Nadie puede decir que está condenado al “fatalismo del yo soy así y no puedo ser de otro modo”. Somos libres y audaces para cambiar, para mejorar, para “ser de otro modo” y para transformarnos a nosotros mismos por amor. No debemos permitir que nuestros defectos nos lleguen a arruinar como personas, ni que lleguen a arruinar a otras personas, mucho menos a nuestra pareja y nuestros hijos.
NOTA: En este mismo blog he escrito algunos artículos relacionados con este tema que puedes leer en “Los cónyuges son los primeros parientes” , en “El Hogar como refugio y defensa de nuestra vida privada” y en “¿Una mentalidad optimista del matrimonio frente a una mentalidad pesimista del divorcio?”
Por: Patricia Alzate Monroy, Abogada y Doctora en Derecho