Está a punto de finalizar un año más y, por eso mismo, es ésta una época muy propicia de examen personal, de balance y de propósitos para el nuevo año que va a comenzar. Quiero detenerme en un aspecto muy importante de nuestra vida que debe hacer parte de ese balance y de esos propósitos: el aspecto familiar, quizá la responsabilidad más importante que tenemos en nuestras manos.

Nuestra vida de familia es parte de nuestra vida personal, ambas confluyen y se retroalimentan; si una está bien, la otra también y viceversa. No debemos olvidar que nuestra vida personal y familiar es la mayor y mejor empresa del mundo. Sólo nosotros podemos lograr que en vez de que vaya en decadencia sea una empresa exitosa, cuyos dividendos y utilidades sólo se miden en felicidad y paz interior. Esto no quiere decir que tengamos un cielo sin tempestades, ni caminos sin accidentes, ni trabajos sin cansancio, ni decepciones, ni desafíos, ni incomprensiones, ni periodos de crisis. Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, es saber establecer prioridades en nuestra vida.

En la vida familiar no sólo se aprende a ser feliz, sino a dejar de ser víctima de los problemas y volverse un actor de la propia historia. Se aprende a agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida. A besar a los hijos y al cónyuge, a mimar a los padres y a tener buenos amigos, aunque nos hieran. Se aprende a reconocer las equivocaciones propias y a pedir perdón sinceramente. Se aprende a recomenzar siempre y a saber que ser feliz no es tener una vida perfecta ni una familia perfecta. No somos perfectos, sino perfectibles y es precisamente en nuestra vivienda familiar el lugar donde desarrollamos generalmente nuestra vida familiar y personal y aprendemos a practicar virtudes, a comprender, a disculpar, a mejorar como personas.

Nuestra vivienda familiar es el lugar donde habitamos con nuestra familia. El artículo 47 de la Constitución Española establece que todos los españoles tenemos derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada y que los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. Vemos que en este momento la principal preocupación de los españoles, especialmente de los jóvenes, es la imposibilidad de acceder a una vivienda propia, precisamente por la grave especulación que el Gobierno debería ser el primero en evitar y no en promocionar.

El derecho a la vivienda es un derecho fundamental de la persona humana que el Estado debe protegerle y garantizarle a todos, sin excepción. Pero el tema que estoy tratando en este artículo, no se refiere especialmente al derecho a esa vivienda digna, sino a algo que va más allá de tener una vivienda: es la tarea de lograr que esa vivienda familiar se convierta en un hogar armonioso. E, indudablemente, depende de cada entorno familiar conseguir un ambiente hogareño.

Existe una gran diferencia entre vivienda, vivienda familiar y hogar. Veamos:

Se considera vivienda a un recinto estructuralmente separado e independiente que, por la forma en que fue construido, reconstruido, transformado o adaptado, está concebido para ser habitado por una persona o un grupo de personas, con el fin de preparar y consumir sus alimentos, dormir y protegerse contra las inclemencias del tiempo y del medio ambiente. Hay dos tipos de viviendas: viviendas colectivas (cuarteles, asilos, residencias de estudiantes o de trabajadores, hospitales, prisiones, hoteles, pensiones, etc.) y viviendas familiares que son aquellas destinadas a ser habitadas por una o varias personas, generalmente pero no necesariamente, unidas por parentesco y que no constituyen un colectivo, según los ejemplos anteriores.

En cambio, el hogar no es sólo un grupo de personas residentes en la misma vivienda familiar y unidas por lazos de parentesco. Es mucho más: es nuestro cobijo, es el nido donde hemos fundado un amor y una familia. El hogar es nuestra defensa frente a la intemperie y la inclemencia del exterior; allí queda a salvo nuestra vida privada. No se trata solamente de tener una vivienda, ni de que ésta sea cada día más espaciosa, lujosa o confortable. No. Se trata de que sea un lugar cada vez más propio e íntimo. Un  lugar donde se pueda convivir en armonía.

Cada hogar tiene su propia rutina, su propia organización, su propio orden en el que todos colaboran activamente. Esto también hace al hogar. El hogar no es sólo amor, también es colaboración, orden, disciplina, repetición de hábitos, horarios, limpieza, etc. Crear un hogar es una tarea conjunta de mutua colaboración entre los que lo comparten, es mantener una ilusión común. El amor sostiene el hogar y el hogar sostiene el amor. Aunque también lo sostiene un adecuado y conveniente presupuesto económico que garantice la cobertura de todas las necesidades primarias de sus miembros. (Hago aquí un pequeño paréntesis para decir que es un derecho fundamental de todas las personas y de todas las familias, no sólo la vivienda familiar, sino también la salud, la educación, el trabajo, la intimidad, etc.; derechos que también deben estar protegidos y garantizados por el Estado, puesto que con ellos se reafirma la dignidad y el bienestar de sus ciudadanos).

Es también el hogar la prolongación de nosotros mismos, el lugar de nuestra libertad personal y de nuestra seguridad porque allí no hay nada ni nadie contra quien defenderse. Es nuestro espacio de inmunidad por excelencia. Allí somos aceptados y comprendidos, allí no necesitamos fingir. Allí seremos atendidos cuando caigamos enfermos, seremos ayudados cuando fracasemos, seremos perdonados cuando nos equivoquemos, seremos festejados cuando tengamos logros.

Hogar significa hoguera, fuego, lugar de calor: el hogar debe tener llama. Hay un proverbio que dice: “casa sin llama, cuerpo sin alma”; esto quiere decir que el amor como el fuego, si no se propaga, se apaga. El hogar sin amor se apaga. La persona sin amor, se apaga. Los esposos son los que sotienen el amor del hogar, un amor que no es la suma de dos egoísmos, ni la relación entre dos, sino una actitud amorosa de darse mutuamente sin intereses personales, de una manera permanente, sin la temporalidad del “mientras tanto”. Un hogar no se logra mientras esté sujeto a caducidad, porque precisamente el hogar nace cuando la persona se estabiliza y fija su vida y sus metas. Cuando fijamos nuestra permanencia, nuestro afincamiento, nuestro asiento es porque tenemos un hogar en el que “echar raíces”.

Un hogar debe construirse sobre roca firme, debe sostenerse sobre la columna sólida del amor conyugal de  los esposos que han hecho un alianza de amor irrevocable. Lo contrario sería construir la casa sobre arena y no sobre roca firme, en la que cualquier tempestad la destruiría. El amor esponsal, cuando es auténtico, permanece y se consolida en la prueba del tiempo y de las dificultades. Los esposos permanecerán siempre juntos, caminarán juntos sabiendo que sus hijos volarán algún día de su nido para construir el suyo propio. Para eso han educado a sus hijos, para que tengan alas propias, para que sean capaces de pensar por sí mismos, de decidir por sí mismos, los han educado en la libertad y en la responsabilidad. Hace tiempo leía una bella frase que decía ”los padres hacen al hijo, como el océano al continente: retirándose”. Es ley de vida que los hijos algún día se marchen del lado de sus padres y también formen sus propios hogares.

En definitiva, es la armonía y el amor de los esposos la que se transmite y queda a los hijos. Esa armonía y ese amor de la pareja no depende de que cada uno esté lleno de virtudes, sino de que se complementen mutuamente. Esa armonía consiste en avanzar juntos, caminar juntos con unas diferencias equilibradas en las que se requiere el conocimiento propio y del otro y, especialmente, en conocer y canalizar las propias emociones.

El hogar es la primigénea escuela de educación en las virtudes tanto para los padres como para los hijos. Allí se aprende a renunciar al egoísmo, a conocer nuestros propios sentimientos, a hacernos cargo de las propias responsabilidades, a cultivar las relaciones familiares que son las más íntimas relaciones interpersonales, a resolver pacíficamente los conflictos, a forjar nuestro carácter y nuestra conducta. El hogar, la familia es el “hábitat natural del hombre” donde nace y crece como persona, donde aprende a ser persona.

Invito a mis lectores a reflexionar si nuestra casa es sólo una «vivienda hotel» o una «vivienda cuartel» o, simplemente, «una vivienda familiar». O es, por el contrario, un hogar armonioso y alegre: depende sólo de nosotros conseguirlo. Es muy importante también, que los jóvenes que son el futuro, tengan optimismo en fundar sus propios hogares y sus propias familias, no sólo porque tengan garantizado su derecho a una vivienda familiar digna y a un trabajo estable, sino porque también crean firmemente que es posible amar y comprometerse de manera permanente.

Por: Patricia Alzate Monroy, Abogada y Doctora en Derecho

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