Los fieles casados por lo católico, que se han divorciado y vuelto a casar por lo civil
lunes, 10 octubre 2011Bien sabemos que el matrimonio católico es indisoluble. El canon 1141 del Código de Derecho Canónico, expresamente dice que “el matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ningún poder humano, ni por ninguna causa fuera de la muerte”. El nº 1640 del Catecismo de la Iglesia Católica, dice lo mismo: “Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina”.
También sabemos que en la Iglesia Católica no existe el divorcio, tal y como es entendido en la legislación civil de los países Occidentales, aunque sí existen algunos supuestos de disolución matrimonial canónica. Son varios los fieles católicos casados por la Iglesia, que se han divorciado por lo civil y se han vuelto a casar por lo civil. Es evidente que el divorcio ha aumentado considerablemente en los últimos años, especialmente desde que la jurisdicción civil puede legalmente “cesar los efectos civiles del matrimonio canónico”, es decir, puede decretar el divorcio de un matrimonio católico, pero éste permanece vigente para la Iglesia, mientras no se declare la nulidad eclesiástica del matrimonio, si es que existen causales de nulidad para declararla.
Esta situación de “católicos divorciados y vueltos a casar” es bastante numerosa y es un problema que preocupa inmensamente a la jerarquía eclesiástica, la cual siempre ha demostrado su desvelo por estos fieles, a través de su ingente pastoral dirigida a ellos.
El problema radica en que los fieles casados por la Iglesia, que se han divorciado por lo civil y han vuelto a casarse por lo civil, aún permaneciendo su vínculo matrimonial canónico, NO pueden comulgar, es decir, no pueden recibir la Eucaristía. Esta prohibición afecta profundamente a los fieles que se encuentran en esta difícil situación, especialmente cuando se trata de católicos que se declaran practicantes y creyentes. También es cierto que hay muchos católicos bautizados que están dentro de este mismo supuesto, pero a quienes no les importa para nada no poder comulgar, ya que se declaran no practicantes ni creyentes ni tampoco se consideran vinculados a la Iglesia católica, a pesar de estar bautizados en ella.
Cabe recordar también que hay católicos que estando ambos solteros, se han casado sólo por el matrimonio civil y luego se han divorciado; éstos sí pueden comulgar, aunque se hayan vuelto a casar por lo católico con otra persona soltera que tampoco tiene un vínculo matrimonial canónico ni civil vigente.
Otro caso es el de los fieles casados por lo católico y que se han divorciado por lo civil, pero que no se han vuelto a casar por lo civil ni viven en unión libre, éstos también pueden comulgar. Quiere decir que el divorcio civil no es un obstáculo para recibir la comunión, porque sólo cesa los efectos civiles del matrimonio y regula los aspectos económicos del matrimonio y del régimen económico matrimonial, además de las obligaciones paterno-filiales (como la guarda y custodia de los hijos, la pensión de alimentos, etc.).
Entonces, tenemos que se origina la prohibición de comulgar cuando existen dos vínculos matrimoniales vigentes (bigamia); o sea, cuando el fiel está casado por lo civil, manteniendo todavía un matrimonio canónico vigente. También cuando estando casado por lo católico y divorciado, vive en unión libre o en unión de hecho permanente, ya que estas dos situaciones son consideradas en la Iglesia como adulterio.
Intentaré, de manera breve, decir cuáles son las enseñanzas de la Iglesia para no permitir recibir la Eucaristía a estos fieles bautizados que se han casado por lo católico, se han divorciado y vuelto a casar por lo civil. También haré mención a algunos argumentos diferentes a la doctrina de la Iglesia, que consideran que sí se les debería permitir la comunión a estas personas.
1. La Doctrina de la Iglesia Católica:
La Santa Sede afirma la continua teología y disciplina de la Iglesia Católica, sobre los fieles que se han divorciado y vuelto a casar sin un Decreto de Nulidad para el primer matrimonio (sin importar si fue realizado dentro o fuera de la Iglesia), quienes no pueden recibir los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía, hasta que se resuelva la irregularidad matrimonial por el Tribunal Eclesiástico de los Procesos Matrimoniales.
Sin embargo, afirma la Sede Apostólica, “estos hombres y estas mujeres deben saber que la Iglesia los ama, no está alejada de ellos y sufre por su situación. Los divorciados vueltos a casar son y siguen siendo miembros suyos, porque han recibido el bautismo y conservan la fe cristiana”.
Pero la Iglesia Católica, al mismo tiempo, no puede quedar indiferente frente el aumento de esas situaciones, ni debe rendirse ante una costumbre, fruto de una mentalidad que devalúa el matrimonio como compromiso único e indisoluble, así como no puede aprobar todo lo que atenta contra la naturaleza propia del matrimonio mismo.
Se debe promover también la asistencia pastoral de los que se dirigen o podrían dirigirse al juicio de los Tribunales Eclesiásticos. Conviene ayudarles a tomar en cuenta la posible nulidad de su matrimonio.
La Iglesia dice que no puede aceptarse la creencia errónea que tiene una persona divorciada y vuelta a casar, de poder recibir la Eucaristía normalmente, ya que esto supondría que la conciencia personal es tomada en cuenta en el análisis final de que, basado en sus propias convicciones, existió o no existió un matrimonio anterior y el valor de una nueva unión. Y recuerda que el matrimonio es básicamente una realidad pública.
El Papa Juan Pablo II, recientemente canonizado, tenía una gran preocupación por estos fieles católicos; y así lo escribió en el documento de la Reconciliación y de la Eucaristía, donde expresa que la Iglesia desea que estas parejas participen de la vida de la Iglesia hasta donde les sea posible (y esta participación en la Misa, adoración Eucarística, devociones y otros serán de gran ayuda espiritual para ellos) mientras trabajan para lograr la completa participación sacramental.
La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, reafirma que sólo podrían acercarse a comulgar si, evitado el escándalo y recibida la absolución sacramental, se comprometen a vivir en plena continencia.
El Consejo Pontificio para la Familia invita a que se respete la verdad del matrimonio, redescubriendo el valor y el significado del mismo y de la vida conyugal, especialmente en lo que respecta a la fidelidad conyugal. Y propone la preparación previa de los futuros contrayentes para lograr una celebración fructuosa del matrimonio.
El Papa Benedicto XVI, en un encuentro informal que se celebró el día 25 de julio del año 2005, en la iglesia de Introd de la Diócesis de Aosta, localidad en la que pasó ese año sus vacaciones de verano, pronunció sin papeles unas palabras en italiano, que fueron transcritas por la edición diaria de «L’Osservatore Romano» y traducidas por Zenit, en su página web del 29 de julio de 2005, que manifiestan su honda preocupación por este problema particularmente doloroso para las personas que viven en situaciones en las que son excluidas de la comunión eucarística y, naturalmente, para los sacerdotes que quieren ayudar a estas personas a amar a la Iglesia y a querer a Cristo. El Sumo Pontífice dice que la Iglesia debe acoger con amor a los divorciados vueltos a casar y ayudarles a vivir el sufrimiento provocado por no acceder a la comunión, para manifestar también visiblemente el carácter indisoluble del matrimonio.
Benedicto XVI explicó que “ninguno de nosotros tiene una receta, en parte porque las situaciones son siempre diferentes. Diría que es particularmente dolorosa la situación de los que se casaron por la Iglesia, pero no eran realmente creyentes y lo hicieron por tradición, y luego, encontrándose en una nueva boda no válida se convierten, encuentran la fe y se sienten excluidos por el sacramento. Éste realmente es un sufrimiento grande y cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe invité a muchas Conferencias episcopales y especialistas a estudiar este problema: un sacramento celebrado sin fe. No me atrevo a decir si realmente se pueda encontrar aquí un motivo de invalidez porque en el sacramento faltó una dimensión fundamental. Personalmente yo lo pensé, pero con las discusiones que hemos tenido he comprendido que el problema es muy difícil y que tiene que todavía hay que profundizar en él. Es importante que el párroco y la comunidad parroquial hagan experimentar a estas personas que, por una parte, tenemos que respetar el carácter indivisible del sacramento y, por otra parte, que queremos a estas personas que también sufren por nosotros. Y éste es un sufrimiento noble, diría yo”.
2. Otras consideraciones diferentes a la Doctrina de la Iglesia:
Hay quienes consideran que la Iglesia no debería sancionar con la pena canónica más severa, esto es, excluir de la comunión eucarística a aquellos fieles que están casados por lo civil, y menos aún cuando hay diferencia entre aquellos que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, o los que han contraído una segunda boda para asegurar la educación de los hijos, estando seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido.
Y aunque muchos reconocen que si se admitiera a estas personas divorciadas y vueltas a casar a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio, reconocen también que resulta imposible la carga que se les impone consistente en que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios como, por ejemplo, la educación de los hijos, no pueden cumplir la obligación de la separación, “tienen que asumir el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos conyugales propios de los esposos”.
Afirman que la Iglesia está firmemente convencida de que también quienes viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad, y los sigue considerando “fieles” divorciados vueltos a casar, invitándoles a tomar parte en la vida eclesial. Entonces, se preguntan ¿por qué mantener apartados de la Eucaristía a los que desean ser parte activa y desean con fervor comulgar?
También se cuestionan que si el sacramento de la confesión TODO lo perdona, ¿por qué el segundo matrimonio civil de los fieles divorciados es el ÚNICO caso en el que la reconciliación sacramental no es posible? ¿Por qué se interpreta como única prueba de arrepentimiento y de conversión el abandono del segundo vínculo?
Se sabe que la ausencia de arrepentimiento entraña la imposibilidad de la absolución, y si “para todo pecado hay misericordia divina”, ¿por qué obligarles a que su segunda unión no sea indisoluble, si lo que pretenden los cónyuges casados es que su nuevo vínculo sea duradero y estable?
Esto causa un sufrimiento enorme en aquellos a quienes precisamente su segunda unión les ha implicado un renacer en su fe por el amor, porque precisamente su primera unión era dramática.
¿Por qué a los divorciados vueltos a casar que buscan sinceramente ser miembros activos de la Iglesia, se les aparta de la vida sacramental por encontrar nuevamente la posibilidad de vivir un vínculo matrimonial duradero, fiel y abierto a la vida? ¿Acaso un verdadero matrimonio entre bautizados no es ya de por sí sacramental? ¿No podría pensarse que este segundo matrimonio sí que es el verdadero?
Si un fiel joven se casó por primera vez por lo católico sin la fe de un compromiso verdaderamente sacramental y ahora con su segundo matrimonio se casa “como Dios manda”, ¿es Dios Misericordioso el que lo aparta de la absolución y de la Eucaristía, a menos que “no vivan como esposos”, cuando realmente se aman como tales? Estas personas consideran que todo esto no es realmente imposición de Dios sino que creen que es sólo imposición de la disciplina de la Iglesia.
¿Es acaso un pecado grave “imperdonable” amar casándose por segunda vez y conforme a la verdadera esencia del matrimonio? Porque muchas veces y realmente se está ante casos de un segundo matrimonio contraído esta vez sí verdaderamente, por lo que no debería ser considerado como adulterio. ¿Por que la Iglesia necesaria e irremisiblemente debe considerar la segunda unión matrimonial como “escándalo público” y “adulterio”?
¿Si los divorciados vueltos a casar no están excomulgados, por qué se les niegan los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía, cuando precisamente es la misma Iglesia la que reconoce a estos sacramentos como la fuente de alimento y gracia para aquellos que, se supone, más lo necesitan? Por una parte, con insistencia pastoral se les invita a participar en la Iglesia y, por otra, se les excluye del centro y esencia de la fe que es la Eucaristía y la Reconciliación.
Es cierto que la Iglesia insiste en que en el primer matrimonio que se contrajo por el rito católico podría haber una nulidad matrimonial y, por lo tanto, podría acudirse a los Tribunales Eclesiásticos solicitando un proceso de nulidad matrimonial. Esta nulidad podría ser declarada si existen causales para ello y, por lo mismo, ese primer vínculo matrimonial canónico dejaría de existir y se podría contraer un nuevo matrimonio canónico.
¿Pero qué sucede si no se declara nulo el matrimonio? ¿Es que la Iglesia no admite el fracaso matrimonial de sus fieles que, precisamente, no son perfectos por ser humanos? ¿Es que admitir sinceramente el fracaso no es el primer paso para arrepentirse y comenzar de nuevo, sin cometer los errores de la primera vez?
3. Como conclusión de esta difícil situación de los fieles divorciados vueltos a casar, que desean ardientemente seguir siendo parte activa en la Iglesia Católica, participando plenamente de los Sacramentos, podría decirse que por referirse a casos reales y vidas concretas, es imposible no asumir su sufrimiento, sufrimiento que por la comunión eclesial es el sufrimiento de todos los miembros de la Iglesia.
Suele haber personas que sin tener conocimiento de la doctrina de la Iglesia sobre este punto, la critican sin conocimiento de causa. En cambio, hay otras que conociendo bien el Magisterio de la Iglesia sobre los fieles en esta situación, por tratarse de sacerdotes y laicos comprometidos, toman una posición que podría o no diferir de las Enseñanzas de la Iglesia sobre la recepción de los sacramentos de la penitencia y de la comunión en este caso.
Las preguntas que fueron expuestas anteriormente en el apartado 2 como otras posiciones “diferentes” a la doctrina perenne de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio, son profundas y honestas, porque están hechas por personas conocedoras y pastoralmente preocupadas por estos fieles y, por lo tanto, merecen la debida consideración y análisis.
Es verdad que en la Iglesia hay católicos que sin tener impedimentos para recibir la Eucaristía, no acuden a Misa, ni a confesarse ni a comulgar porque se declaran indiferentes y no practicantes. Otros católicos comulgan con frecuencia porque pueden hacerlo y valoran profundamente el querer y poder hacerlo. Pero también es verdad que cuando un católico se ve impedido de recibir la comunión sacramental, la valora como nunca antes lo había hecho.
Muchas veces, los católicos divorciados y vueltos a casar que antes eran indiferentes respecto de su fe cristiana, entran en un proceso de acercamiento a la Iglesia, pero sin poder llegar al culmen de su fe que es la recepción de la Sagrada Eucaristía.
Y aunque muchos pudieran considerar que se trata de una discriminación en la Iglesia hacia los divorciados vueltos a casar, insistiendo que la actitud de Cristo es amorosa más que juzgadora y condenatoria, especialmente cuando se presenta en su imagen del Buen Pastor, realmente no es discriminatorio porque la Iglesia defiende una Verdad del Principio que compromete la importancia del vínculo matrimonial y del matrimonio como sacramento.
Para los fieles divorciados y vueltos a casar queda plenamente abierta la posibilidad de la comunión espiritual que les permite sentir la presencia divina en una forma especial. Poder aceptar desde el corazón la comunión espiritual es una gracia que es concedida cuando es pedida.
La Santa Sede defiende una posición que considera irrenunciable, puesto que sostiene una Verdad sobre el matrimonio y la familia que no pertenece a la Iglesia sino que Ella es la depositaria de esa Verdad y, por lo tanto, debe custodiarla en su integridad. Aunque resulte duro, no puede cambiar el contenido de su Mensaje ni de sus Enseñanzas de acuerdo al parecer de una mayoría de sus fieles, puesto que la Iglesia no es democrática en este sentido para someter sus enseñanzas a “referéndum”.
Esto no quiere decir que la Iglesia sea arbitraria o impositiva, ni que se quede anquilosada y no se “actualice” a los tiempos, pues es la misma Iglesia la que defiende que su Doctrina perenne sobre el matrimonio (la cual es la enseñanza de Cristo) es siempre actual. Para la Iglesia sería “más fácil acomodarse” a una mayoría para “ganar adeptos”, pero estaría contradiciendo su misión encomendada.
Las puertas para la correcta solución al problema no están cerradas, puesto que en muchos casos de estos fieles divorciados y vueltos a casar puede existir una posible nulidad matrimonial, ya que en sus primeros matrimonios podrían presentarse causales evidentes de nulidad para ser declaradas por los Tribunales Eclesiásticos. Lo que sucede es que muchos de estos fieles no acuden a buscar un posible proceso de nulidad o un posible proceso de disolución, porque los desconocen o sienten temor y desconfianza. Si tan injusto es declarar un matrimonio nulo cuando no lo es, más injusto todavía es mantener como aparentemente válido un matrimonio que es nulo en su origen, porque los fieles implicados no han acudido a un proceso canónico de nulidad matrimonial, pudiendo y debiendo hacerlo.
Como punto final diría que hay que seguir confiando, puesto que la Santa Sede sigue trabajando intensamente en la solución a este problema a través de la pastoral específica, analizando todas las inquietudes y preguntas ya expuestas y otras tantas y tan importantes como las que ya manifestó el Papa Benedicto XVI en el encuentro informal que se celebró el día 25 de julio del año 2005, en la iglesia de Introd de la Diócesis de Aosta, que ya fueron expuestas al final del punto 1 de este artículo.
Por: Patricia Alzate Monroy, Abogada y Doctora en Derecho